Armonía y complejidad

 

 

                                       Armonía y complejidad.

El interés personal crea todo aquello en que la humanidad basa su vida y su desarrollo; a su vez, estimula el trabajo y da origen a la “propiedad”.
Pero al mismo tiempo introduce en el mundo esas injusticias que, según su forma, adoptan nombres diversos y que se resumen en una palabra “expoliación”.
Por el origen común de la propiedad y de la expoliación se explica la facilidad con que Rousseau y sus discípulos pudieron calumniar y trastornar el orden social. Bastaba con mostrar el “interés personal”, pero solo por una de sus caras.


  Este despojo puede adoptar la forma del robo, la violencia, el engaño y el fraude, que es misión imprescindible del marco institucional combatir, y el hecho de que no lo haga, o lo ampare, será el tema central de La Ley, el despojo legal y aceptado:

Existe una expoliación que se ejerce no solo con la anuencia de la ley, sino con el consentimiento y hasta con el aplauso de la sociedad. Esta es la expoliación que puede alcanzar proporciones enormes, capaces de alterar la distribución de la riqueza en el cuerpo social, paralizar por mucho tiempo la fuerza de nivelación que hay en la libertad, crear desigualdad permanente de las condiciones sociales, abrir el abismo de la miseria y derramar por el mundo un diluvio de males que algunas mentes superficiales atribuyen a la propiedad.

No negaré la desigualdad, las miserias ni los sufrimientos. ¿Quién podría hacerlo?. Pero digo: lejos de ser el principio de la propiedad el que las engendró, esas calamidades son imputables al principio opuesto: al principio de la expoliación […] ¿Ha de sorprendernos que exista desigualdad entre los hombres si el principio igualitario, la propiedad, ha sido tan poco respetado?.

La realidad de los abusos, los privilegios de empresarios y profesionales, el control de los precios, los impuestos, los aranceles, etc., todo debido precisamente a que el Estado alimenta los intereses no armónicos de la sociedad, al ser la “ficción” mediante la cual todos aspiramos a vivir a costa del prójimo, lo que anima una dinámica de difícil freno entre las dos manos de la política, la fuerza que quita bienes y libertades, y la amabilidad que confiere ayudas y prerrogativas. La conversión del Estado en un dispensador de privilegios potencia los peores intereses y es dañina para la sociedad libre.

¿Adónde nos conducirá la ilusión de que el Estado es un personaje poseedor de una fortuna inagotable e independiente de la nuestra? […] Al pueblo se le hace creer que, si hasta un punto ha llevado la peor parte de la carga, la República tiene medios para lograr que, si aquella se acrecienta, su peso acabará recayendo en los ricos. ¡Funesta ilusión¡. No puede evitarse que, a la postre, se reparta el peso entre todos, incluidos los pobres. […] Creo que entramos en una senda en que, con formas muy suaves, muy sutiles, muy ingeniosas y adornadas con los bonitos nombres de “solidaridad” y “fraternidad”, la expoliación va a alcanzar un desarrollo cuyas proporciones pueden ser incalculables. […] El Estado no puede dar a sus ciudadanos más de lo que previamente les haya quitado.

¿Qué sector social no solicita los favores del Estado?.
Cada cual le reclama una prima, una subvención, un estímulo y, ante todo, la “gratuidad” de ciertos servicios como la enseñanza […] ¿Y por qué no pedir al Estado la gratuidad de todos los servicios?

No es la propiedad la que debe responder de la desoladora desigualdad que constatamos en el mundo, sino su principio opuesto, la expoliación. Que es la que ha desencadenado en nuestro planeta las guerras, la esclavitud, la servidumbre, el feudalismo, la explotación de la ignorancia y la credulidad públicas, los privilegios, los monopolios, las restricciones, los préstamos públicos, los fraudes mercantiles, los impuestos excesivos y, por último, la guerra al capital y la absurda pretensión de vivir y desenvolverse cada uno a expensas de todos.


(La Ley, Frederic Bastiat,  Alianza editorial)

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